martes, 19 de mayo de 2009

Capitulo I - La caida de los Anárion

La luz matutina iluminaba tenuemente el prado y los intermitentes rayos de sol irradiaban a las plantas y animales del lugar de una renovada fuerza para enfrentar el nuevo día que acababa de nacer. Pero este día no era como cualquier otro, era el día en que la historia de muchos habitantes de Azeroth cambiaría para siempre y donde el destino de todo el mundo daría un vuelco hacia un futuro próspero y lleno de esperanzas. Es en este día cuando un joven elfo de cabellera roja salió de la cueva en la cual se encontraba y decidió terminar el exilio en el cual estaba hasta ese momento para unirse nuevamente a su pueblo y luchar una vez más por lo que tanto anhelaba.

Su nombre era Realyan Anárion, sus padres se llamaban Círdan Anárion y su esposa Elemmírë, los cuales pertenecían a una importante familia de embajadores de Silvermoon muy respetados y queridos por parte del pueblo élfico como de los humanos de Lordaeron. Anárion en lengua élfica significa “hijo del Sol”, por lo cual este elfo siempre estaba en la naturaleza, recorriendo y explorando todo a su alrededor amparado siempre por la luz del Sol el cual lo vigorizaba y acompañaba siempre. Desde muy pequeño y gracias a sus aptitudes e intereses en la naturaleza, sus padres lo instruyeron en el arte de la cacería y la exploración, lo cual lo habían convertido ya en su juventud en un experto en el rastreo y en la interacción con todas las formas de vida de su lugar de origen, el Bosque de la Canción Eterna.

Los años pasaron, muchas generaciones de humanos pasaron por la tierra y Realyan, cada vez más, se convertía en un elfo respetado por el pueblo de Silvermoon y admirado por sus padres debido a su corazón noble y compasivo. Todo transcurrió sin mayores acontecimientos por más de 300 años hasta el día en que su madre dio a luz a un pequeño niño elfo el cual llamaron Dramhar. Al igual que su hermano, Dramhar mostraba aptitudes únicas para la cacería y el rastreo desde muy pequeño, incluso llego a mostrar estas aptitudes mucho antes de que Realyan a su misma edad, por lo que sus padres vieron en él un gran potencial y futuro; unidos aquellos dos hermanos ayudarían a su pueblo y Silvermoon a establecer un reino glorioso y próspero como había ocurrido hace milenios, antes de la Gran Explosión y del éxodo de su pueblo. En esos mismos días, los altos señores de Silvermoon anunciaban que un mal se agitaba en las tierras del sur, no sabían de qué se trataba pero aseguraban que fuerzas malignas estaban susurrando en el aire y que el futuro del mundo estaba tornándose gris. Como embajadores de Silvermoon, la familia Anárion tenia a su cargo las relaciones con los humanos, por lo que el padre de Realyan y Dramhar fue enviado a Lordaeron a advertir de esto, pero los oídos sordos y orgullosos de los humanos no escucharon aquellas advertencias justificándose en que su gobierno cada día era más prospero y su influencia en las Tierras del Este era cada vez mayor. Sintiéndose impotente, Círdan regresó a su ciudad a dar la noticia. Esta no fue muy bien acogida por el Rey Anasterian por lo cual se ordenó reforzar las defensas de la ciudad. En este momento fue cuando Realyan se unió a las fuerzas de Forestales de Silvermoon, la cual tenía como objetivo la defensa de la ciudad y la protección de su pueblo. Es aquí donde Realyan conoció a Sylvanas Windrunner, la jefa de los Forestales, la cual y gracias a la reputación que predecedía a Realyan, lo instruyó personalmente en el arte de la Guerra y le inculcó valores como la lealtad, perseverancia y compasión.

No pasó mucho tiempo antes de que Realyan tuviera que demostrar dichos valores, y fue cuando menos se lo esperó. Un día los guardias de Silvermoon dieron la alarma en la ciudad y pidieron que todos los guardias y forestales se presentaran de inmediato en la entrada de la misma para recibir instrucciones. Todo en la ciudad era un caos, pero Realyan no tuvo más remedio que acudir al llamado y presentarse al instante. Una vez allí se encontró con un centenar de soldados y otro centenar de forestales los cuales estaban escuchando atentamente lo que Sylvanas estaba diciendo.

-…nos han informado que un enorme ejercito se esta reuniendo en la frontera sur de los Bosques Ennegrecidos(1) y planea hacer un ataque a gran escala a nuestras tierras. El informe también revela que este ejercito ya ha destruido la mayor parte del este de Lordaeron y esta luchando actualmente por hacerse con el control de la ciudad. El rey Anasterian ha enviado guerreros para asistir a los humanos, por lo que también pronto llegaran refuerzos humanos para asistirnos a nosotros en esta lucha. Es nuestro deber hacer frente a este ejército y contenerlos en la frontera hasta que los refuerzos lleguen del sur.

Una vez dicho esto Sylvanas dio media vuelta y subió a su montura para dirigir a sus batallones al campo de batalla. No demoraron mucho en llegar y la visión que tuvieron frente a ellos fue la más desoladora que pudieran tener. Allí se encontraba un ejército de miles de abominaciones, cuerpos podridos y esqueletos los cuales junto a carros de guerra estaban agrupándose para comenzar el ataque. Frente al ejército estaba un rostro familiar para Sylvanas y algunos elfos, se trataba del príncipe de Lordaeron, Arthas.

-¡Arthas! –gritó sorprendida Sylvanas -. ¡¿Qué estas haciendo?!
-¿Qué crees que estoy haciendo? –respondió Arthas irónicamente-. Estoy formando lo que mi padre tanto quiso, un reino unido, conmigo como gestor.
-Estás demente Arthas –respondió Sylvanas-. Acaso no vez lo que has hecho con tu tierra y lo que estas a punto de hacer con tus aliados
-Esta ya no es mi tierra ni tampoco ustedes son mis aliados, solo la muerte lo es y es lo que he venido a traer aquí…

Ante esa respuesta solo hubo un silencio el cual era quebrado por las ráfagas de viento que provenían del sur, un viento de maldad y odio que helaba la carne y los huesos de los defensores elfos. Aquel silencio solo duro unos minutos ya que las catapultas empezaron a tensar sus mecanismos de lanzamiento y casi al instante surcaron los cielos de los bosques bolas de fuego y carne que atacaban a los defensores. Los elfos viéndose superados en número no tuvieron más opción que romper filas e internarse en el bosque, permitiendo al ejercito de Arthas avanzar sin mayor resistencia. Mientras retrocedían, el ejercito élfico iba evacuando lo mas rápido posible los pueblos de los Bosques Ennegrecidos poniendo a salvo a los mas débiles y reclutando a todo aquel elfo que pudiera empuñar un arma y así defender el avance del ejercito de la muerte. Pero a pesar de los esfuerzos para detenerlos, el número y la brutalidad de los atacantes era tal que los poblados iban cayendo uno por uno ante el salvajismo de la plaga y sus esbirros. Era en uno de estos pueblos en donde vivía la familia Anárion, en una hacienda la cual fue otorgada por el mismísimo rey de Silvermoon en agradecimiento por sus servicios. Realyan en persona se ofreció para evacuar dicho pueblo, pero en su mente sólo estaba el salvar a su familia, por lo que al llegar allí corrió de inmediato hacia su hogar y entro de improviso.

-¡Rápido! –gritó-. ¡Salgan rápido de ahí, el ejército de la Plaga esta por destruir el pueblo, deben refugiarse en la ciudad cuando antes!

Dentro se encontraban sus padres y su hermano, el cual estaba llegando a la adolescencia, sobresaltados se pusieron de pié y casi sin pensarlo hicieron caso a lo que decía su hijo. Tomaron unas pocas pertenencias y salieron de su hogar, pero al cruzar el umbral de la puerta lo que vieron los dejó paralizado. El ejército ya había llegado hasta el pueblo y estaba asesinando a los civiles que estaban tratando de huir por sus vidas hacia la protección de Silvermoon. Los pocos guardias y forestales que estaban allí defendiéndolos no daban abasto ante el numeroso ejercito por lo que poco a poco las defensas empezaron a debilitarse y la tierra bajo sus pies comenzó a tornarse cada vez más negra. Lo que antes era una tierra verde, llena de vida y donde solo se escuchaba el cantar de las aves y el sonido del viento meciendo las ramas de los árboles, se había convertido en un cántico de gritos desesperados, armas, fuego y destrucción, lo cual creó un vacío en las almas de la familia Anárion. Al ver esto, Círdan tomó su espada, que había permanecido como un mero objeto de adorno desde que Realyan había nacido, y la empuño con sus dos manos.

-Realyan –dijo Círdan mirándolo-, cuida a tu familia. Siempre estaré orgulloso de ustedes hijos… –y luego mirando detenidamente a Elemmírë agrego con una sonrisa-. Te amo esposa mía, por favor huye hacia Silvermoon y cuida el futuro de nuestra familia… ¡Siempre los recordaré! – y diciendo esto miro hacia el frente y con una decisión de acero corrió hacia el ejercito de la Plaga para así ayudar a los demás defensores a tratar de ayudar a que la demás gente del pueblo. Realyan perplejo al igual que su familia, comprendió lo que debía hacer en ese momento. Lamentaba el no poder quedarse ayudar al ejercito a defender estas tierras, en especial aquel pueblo que había sido su hogar por tanto tiempo, pero entendió que su padre se había sacrificado por él y por su familia, y ahora era su obligación tomar el lugar de su padre y proteger a su madre y hermano de una muerte segura, escoltándolos a Silvermoon en donde estarían a salvo. Sin mirar atrás tomó de la mano a Elemmírë y Dramhar y comenzaron a correr hacia el norte con la esperanza de llegar a salvo a la ciudad. Dondequiera que mirasen solo había destrucción y fuego, los ejércitos de la Plaga derrumbaban árboles, contaminaban el agua con un extraño liquido verde y tornaban la tierra de color negro, todo aquello que alguna vez había tenido vida se había ido, lo cual llenaba más y más de tristeza sus corazones. Corrieron durante un tiempo y pronto pudieron ver la rivera del río Elendar, el cual dividía el Bosque de la Canción Eterna con el Bosque Ennegrecido, lo que quería decir que ya sólo estaban a medio camino de llegar. A su costado izquierdo se encontraba la Aldea Bruma Dorada, la cual parecía estar intacta ya que no se veía fuego ni rastro del ejercito de la Plaga, por lo que decidieron ir a descansar un momento en aquel lugar.

Al llegar pudieron contemplar que el lugar estaba deshabitado, no se encontraba nadie salvo unas cuantas aves negras que vagaban por el lugar y emprendían vuelo al verlos pasar. Escogieron descansar en una de las casas de la aldea, la cual estaba cerca de la entrada, para así poder vigilar hacia el sur y ver si el ejército de la Plaga se aproximaba. Estuvieron allí sentados guardando silencio por un largo tiempo mirando hacia el sur y contemplando aquella tierra la cual hacia no más de unas horas albergaba únicamente alegría y dicha. Dramhar se encontraba durmiendo al lado de Realyan y Elemmírë a su lado con las manos sobre su vientre, mirando a su hijo dormir. En ese instante un frío intenso rodeo el lugar, un frío que Realyan jamás había sentido anteriormente, luego vino un viento raudo el cual traía consigo una especie de susurros el cual estaban en lengua élfica.

-Vendel’o…. eranu –escuchaban mientras los susurros se hacían más persistentes al mismo tiempo que el frío más intenso. De pronto una niebla espesa comenzó a juntarse en el lugar, una niebla que había llegado con el viento y que no dejaba vez mas allá de un metro a la distancia. Dramhar se despertó sobresaltado y miro alrededor preguntándose que había pasado en aquel apacible lugar. Realyan al ver a su hermano asustado tomo uno de sus hombros en señal de tranquilidad y comenzó a escudriñar entre la niebla para tratar de ver de donde provenían los susurros-. Vendel’o eranu… Vendel’o eranu-, cada vez los susurros eran más fuertes y penetraban hacia el interior de sus cabezas y no tardaron en ver entre la bruma unas sombras que se movían alrededor, las cuales se fusionaban con el entorno pero que no dejaban de acosarlos con aquellos susurros. Estas sombras que al principio aparecían esporádicamente a su alrededor fueron aumentando en número hasta que se vieron rodeados por cerca de veinte sombras las cuales, sentían, que los estaban mirando a ellos. Estas seguían pronunciando esas palabras y poco a poco la niebla comenzó a disiparse. En ese instante pudieron darse cuenta que aquellas sombras se trataban de espíritus, pero no cualquier espíritu, sino que de la gente de aquel lugar, ya que Realyan podía reconocer algunos rostros con los cuales anteriormente había compartido. Ahora todos estaban muertos y vagaban entre este mundo y el otro en forma de fantasmas, buscando liberación y redención para poder descansar en paz. Pero más que sorprenderse por los espectros, su sorpresa fue mayor cuando vio a su madre, la cual estaba inconsciente y era sostenida por tres espectros los cuales la estaban custodiando.

-¡Suéltenla! –gritó Realyan desesperado al ver a su madre en esa condición, pero no obtuvo respuesta, por lo cual tomando su arco apuntó a la cabeza de uno de los espectros que la sostenía y disparó. La flecha surco el aire a una velocidad increíble y se incrustó en una pared que estaba detrás del espectro. La flecha había atravesado al espectro y no había surtido efecto alguno, por lo que casi de inmediato Realyan preparo otro disparo pero justo antes de lanzarlo, los susurros empezaron a cesar y los espectros a desvanecerse. No tardaron ni dos segundos en desaparecer junto con la niebla y Elemmírë con ellos. Realyan desconsolado salio del lugar en donde se encontraban para ver si su madre estaba por algún lugar, recorrió junto a Dramhar la aldea completa pero no encontró a nadie, no había rastro de ningún espectro, de su madre o siquiera de la niebla o aquel frío que sintieron anteriormente. Realyan sin darse por vencido y recordando las palabras que había dicho su padre siguió buscando y gritando, llamando a los espectros para que le devolvieran a su madre, pero todo fue inútil, nada ocurrió. Cayendo de rodillas al suelo y entre sollozos Realyan se lamentaba por no haber podido hacer nada para proteger a su madre y trataba de encontrar una manera de poder rescatarla, pero casi al instante una explosión hizo estallar un árbol que estaba junto a ellos y lo trajo de vuelta a la realidad. Miraron hacia el sur y vieron que un demoledor de carne se dirigía al poblado junto con un batallón de esqueletos putrefactos los cuales portaban lanzas y espadas en una mano y las cabezas de los antiguos elfos de los Bosques Ennegrecidos en la otra. Sin tiempo para pensar en nada y mirando a su hermano a quien tenía a cargo, Realyan se puso de pié y ambos comenzaron a correr hacia el norte, hacia la supuesta seguridad de Silvermoon, pero tan solo al cruzar el río Elendar vieron que aquella sería una muy mala idea. Arthas avanzaba al frente de su ejército por el centro del Bosque y se dirigía hacia Silvermoon, y no había nada que lo detuviera salvo la guardia real de la ciudad. Llevar a su hermano a la ciudad seria un suicidio, por lo que no le quedo otra opción que dirigirse hacia el este, hacia la costa y tratar de buscar refugio allí, cerca del mar, en el despoblado y lejos de la ciudad. Fue así como Realyan y su hermano se exiliaron de su ciudad y su pueblo, para poder así sobrevivir a aquella catástrofe de la cual no podían hacer nada para remediar.

No pasó mucho tiempo antes de que Arthas por fin pudiera atravesar las defensas de Silvermoon y hacerse paso hacia la Fuente del Sol, la cual destruyó generando una gran explosión que afecto a todos los Elfos que aún estaban con vida en aquel lugar. Aquella explosión afecto también a Realyan y Dramhar, este último con una mayor gravedad, ya que debido a su futuro prometedor, sus padres le habían enseñado a depender mucho más de la magia que su hermano mayor, por lo que al momento de ser destruida la Fuente del Sol, una sed de magia insaciable se apoderó de Dramhar, y que en un futuro, lo consumiría para siempre.


Tres años pasaron de ese acontecimiento y el hambre de magia consumía cada vez más y más a Dramhar. Realyan hacia lo posible para tratar de contenerlo, tratando de alejar su mente de la magia y enfocarlo en la energía vital que existía en esos bosques. Al principio pareció resultar ya que Dramhar creció y comenzó a aprender de las habilidades que le enseñaba su hermano, pero llego un día en que su hambre de magia no pudo controlarse.

Era de noche y Realyan dormía, cuando escuchó un grito desesperado al interior de la cueva en la que se encontraban. Sobresaltado se puso de pié y tomó su arco, pero cuando trato de despertar a su hermano, este no estaba. Miró alrededor y no vio a nadie, solo vio unos ojos brillantes al fondo de la cueva, unos ojos de color verde los cuales se parecían a los de Dramhar. Lo llamó por su nombre, pero aquellos ojos no reaccionaron, por lo que se acerco más y lo que vio lo dejo horrorizado. Su hermano estaba frente a él, pero poco a poco estaba mutando en algo más, su piel estaba cambiando de color a un gris pálido, su cabello se estaba cayendo, sus ojos se hacían cada vez más y más grande y su postura erguida estaba siendo reemplazada por una curvatura en su columna que lo obligaba a agacharse lastimosamente.

-¡Dramhar! –exclamó Realyan-. ¿Qué te esta pasando? ¡Respóndeme!
-Hermano… ayúdame… no puedo evitarlo… -le respondió Dramhar trabajosamente y al decirlo cayo al suelo gritando y quejándose. Realyan se acercó a él y trato de ayudarlo a levantarse, pero cuando toco su brazo un zarpazo de las garras que se habían formado en las manos de Dramhar lo hizo caer al suelo de espaldas y sangrando de un brazo. La transformación estaba completa y ahora Dramhar se había convertido en lo que más tarde se conocería como un Desdichado, los cuales son elfos que sucumben ante el hambre de magia y se degradan a tal punto que pierden su verdadera identidad. Realyan trato de hacer entrar en razón a su hermano, pero este solo le respondía con incoherencias hasta que un instante lo miró fijamente y se lanzo a atacar a su hermano mayor. Realyan sin poder reaccionar a tiempo cayó al suelo nuevamente empujado por Dramhar y comenzó a luchar con este para sacarselo de encima. El ansia de magia de Dramhar era tanto que su fuerza había aumentado y ahora era imparable. Mientras forcejeaban, Dramhar puso su mano en la frente de Realyan y un destello de luz comenzó a salir de su palma, este hizo contacto con la frente de su hermano y poco a poco comenzó a extraer lo que los Chamanes conocen como Maná y es el cual da a los elfos la capacidad de utilizar la magia. Haciéndose cada vez más fuerte gracias al maná de Realyan y debilitando cada vez más a este ultimo, Dramhar sentenció su perdición para siempre. Estaba a punto de terminar con la vida de Realyan cuando este con su último aliento tomo la daga que se encontraba en el cinturón de Dramhar y con una fuerte estocada, la enterro en la espalda de su hermano logrando así liberarse de una muerte segura. Dramhar cayó al suelo retorciéndose del dolor y sangrando por la herida abierta que había quedado en su espalda mientras Realyan lo miraba con tristeza apoyándose en una de las paredes de la cueva.

-Dramhar –le dijo Realyan-, ¿Cómo pudiste? ¡Nuestra madre y padre fueron sacrificados para que pudiéramos sobrevivir, para que tú pudieras sobrevivir y no has podido sobreponerte a la tentación de magia! Juntos debíamos ayudar a nuestro pueblo y salvar lo que queda de él…
-Je j eje… hermano acéptalo… la magia te consume a ti también –respondió Dramhar agonizante-, pronto caerás tu también ante los efectos de la abstinencia… y te convertirás en lo que ahora estas condenando…
-Jure a nuestro padre que te protegería a tí y a esta familia. No permitiré que esto acabe así… Jamás me convertiré en lo que te convertiste Dramhar…
-¿Te avergüenzas… de tu hermano? –le respondió Dramhar en tono irónico-. Admítelo… somos idénticos, y algún día serás como yo hermano…
-No Dramhar… -dijo Realyan con tristeza, pero a la vez de forma seria-. Ahora has tomado un camino distinto al que nunca iré… Mi hermano murió en esa cama, justo antes que yo despertara…
-Entonces… acaba de esto de una vez por todas… ¡mátame! –exclamó Dramhar desesperado por el dolor interno y las ansias de magia que lo carcomían. En ese momento fue cuando Realyan tomó su arco y apuntándolo hacia Dramhar, disparó terminando con la vida de su antiguo hermano y quedando solo finalmente ante la destrucción de su familia y su pueblo a manos de Arthas y su invasión.


No tardo mucho en amanecer, Realyan aún estaba con su brazo sangrando, pero la hemorragia estaba deteniéndose poco a poco. Al ver los rayos de sol filtrarse por la entrada de la cueva comenzó a salir de aquella oscuridad en la que se encontraba, a medida que daba cada paso en su memoria iban circulando recuerdos de su pasado, su familia, la guardia de Forestales de Silvermoon, las enseñanzas de Sylvanas, el Ejercito de la Plaga, la masacre que su aldea, el sacrificio de su padre, la perdida de su madre y finalmente la muerte de su hermano. Todos aquellos hechos lo habían marcado de por vida, en sus 324 años de vida jamás había vivido algo tan intenso como lo que había vivido aquel día y jamás lo olvidará. Ahora que salía de aquella cueva y los rayos del sol iluminaban su rostro, una nueva vida se abría ante él. No tenia familia alguna a quien proteger, pero frente a el se encontraba todo un pueblo que había sido desolado y masacrado por parte de la Plaga. Ahora estaba en sus manos decidir o no si ayudar a su pueblo y vengar a su familia, por lo que dio un paso adelante y se dirigió a las ruinas de la ciudad de Silvermoon, para tratar de contactar a algún elfo de los Forestales y así servir una vez más a su raza y cumplir con su destino.

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